En defensa de la propiedad privada

Bitcoin no puede pensarse como dinero, a no ser que se piense el dinero como red. Bitcoin efectivamente puede ser un arma contra el capitalismo financiero, entendido este como una racionalidad que razona en términos monetarios, sin embargo, la recepción de Bitcoin y todo lo que se denomina criptomonedas no ha hecho más que acentuar esa racionalidad financiera. Si Bitcoin puede enfrentar a esa racionalidad financiera es porque señala como funciona, cuando los adalides de la libertad financiera hacen afirmaciones, sueñan con relaciones horizontales y voluntarias, con instrumentos que por arte de magia conservan su integridad, pero cualquier producto monetario financiero que pueda transmitirse entre pares no procede su consistencia de este intercambio, la consistencia es exterior, gracias a un tercero, que cuando advierte su posición aprovecha los privilegios de la misma. El posible origen espontáneo del dinero a través del trueque no es cierto en la medida que necesita un patrón para que los intercambios recurrentes respondan al valor que se les presupone. El tercero necesariamente aparece, y señala la dimensión vertical del dinero, sin la cual es imposible la dimensión horizontal.

Bitcoin aparece como la forma, no de negar este tercero, imprescindible, sino hacerlo eminentemente público, pero la única manera de hacer público a ese tercero consiste en sostener esa publicidad con la intervención privada que arriesgan sus propiedades, y no que hacen de lo público algo abstracto, tras lo que ocultarse. Esto a mi modo de entender es la verdadera innovación de Bitcoin.

Craig Wright ha hablado profusamente de dos conceptos de los que no se habla, en cambio, suficientemente: el anillo de Giges, como la forma de ocultarse detrás de un recurso que ate a todos los que lo usan, y el mundo pequeño que conforma siempre estos recursos y que inevitablemente van a usar en beneficio propio aquellos que pueden ocultarse detrás de él. El sistema finaciero es el recurso por excelencia que cumple estas dos condiciones, tendencia a la unidad que convergen en unos pocos que lo sostienen, y “vender” la naturaleza distribuida del mismo. Aquí los que defiende el orden establecido y los que se oponen a él coinciden, quieren lo mismo.

Bitcoin es una red jerárquica, sólo una red jerárquica puede garantizar la propiedad, una red no jerárquica, horizontal, es sólo apariencia ya que tal horizontalidad no puede sostenerse más que a partir de centros que podrán rivalizar pero hacen consistentes cualquier intercambio entre particulares. La mentalidad moderna no ha comprendido esto y oscilan entre liberales, socialistas y nacionalistas-fascistas que parecen haber descubierto la naturaleza humana y la llevan a su salvación, ora porque son fanáticos de la horizontalidad, ora porque son fanáticos de la verticalidad, ora porque no han comprendido cómo se combinan. Bitcoin es una red de mundo pequeño y no permite esconderse detrás del recurso al que sirve, un libro contable trazable. Pero Bitcoin como red jerárquica está más cerca de las formas antiguas (individuos particulares invirtiendo sus patrimonios ejerciendo mayordomía sobre un recurso que afecta a “todos”), eso sí, incorpora de la modernidad el desarrollo contable, y las inmensas posibilidades de representar la información. Pero también y es aquí adonde quiero llegar, Bitcoin puede asignar derechos de propiedad mejor que nunca y volver a vincular a los particulares no solo entre ellos, sino a recursos concretos con los que se identificaba el ser humano, la tierra, el gremio.

El éxito de mercaderes desde finales de la Edad Media ha hecho olvidar la vinculación jerárquica a otros seres humanos, y tanto para que los represente con su voz, como con el voto de salvación, y lo que se celebra como un adelanto ha terminado haciendo invisibles a los que se han hecho con el recurso más importante que ha desvinculado a los seres humanos de otros seres humanos y de sus recursos, a saber, los libros contables, de esos mercaderes, cada vez más sofisticados, que nos ofrecen libertad a raudales (como la que ofrecieron las desamortizaciones del siglo XIX desvinculando a comunidades de sus recursos en pos de una liquidez para el emprendedor capitalista), y llega hasta el momento presente en el que se libra una guerra invisible por imponer el libro contable que ate a los que lo usen. Es imposible no encadenarse de un modo u otro a los recursos que nos permiten conectarnos, pero si ese libro contable es público y único, y además permite un uso en estratos jerárquico, y aportando liquidez en forma de microtransacciones tenemos lo mejor de los dos mundos, una eventual relación con cualquiera, y una vinculación a recursos concretos en los que poder reconocerse y patrimonializar.

Como dice Anxo Bastos en Sobre el anarcocapitalismo:

“…estos propietarios pueden o podrían compartir propiedad con otros comunes o privados y compartir derechos de propiedad sobre espacios más amplios y no habitados, como pueden ser los cotos de caza o los tecores que bien podrían ser propiedad compartida de varios de los comunes con las reglas de uso y acceso que estos pacten. Esto es, perfectamente factible asignar derechos de propiedad a toda la tierra de un espacio como el de un actual Estados combinando las distintas formas jurídicas de propiedad que se han ido desarrollando con el tiempo. Las combinaciones podrían ser numerosas. Mirando el pasado, en especial al alto-medieval podríamos encontrar numerosas combinaciones de este tipo”.

La racionalidad financiera asociada con la racionalidad política, centrada en el poder, ahoga a la racionalidad tradicional centrada ya no en las posibilidades diabólicas de las dos primeras, sino las actualidades que en cada caso se enfrentan los sujetos concretos vinculados a sus recursos y a su comunidad.

Por supuesto esto no se deduce de las palabras de Satoshi Nakamoto (al menos yo no me veo capaz), en cambio, es más fácil colegirlas de las palabras del Dr. Craig S. Wright.

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